Estaba sentada en mi cama, escribiendo en mi diario, como siempre. Quedaban unos días para que empezara el curso, y un día para que me fuera a Nueva York. La ropa de verano estaba desparramada por algún lado del armario abierto, y la de invierno, metida en una gran maleta al lado de la cama. Me levanté con delicadeza y lentamente cerré el pequeño librito que en minutos antes escribía sin parar.
Metí más ropa en la maleta, para después intentar cerrarla. No me podía creer que me fuera a Nueva York, la verdad no me lo creía. Con todas las ciudades que había en el Mundo, justamente tenía la suerte de ir a la mejor ciudad. Me detuve un momento para pensar. No sabía muy bien que llevar, aparte de la ropa.
Echaría de menos a mucha gente, pero sin embargo no podía negar esa oportunidad. Una beca no la dan todos los días. Claro que tenía un don especial, por algo me habían dado una beca para estudiar arte. Yo era muy buena dibujando, y aunque también sabía tocar el bajo,cantar e interpretar perfectamente, esas dotes aún no habían salido a la luz.
Observé una vez más esa pequeña habitación, que tan pronto Me iría la echaría de menos. En la Universidad de NY compartiría habitación con alguien, a sí que tendría menos espacio. Pero sin duda, al menos haré una amiga cuando llegue allí. Y no es que fuera tímida, al contrario, yo era una chica que hablaba con todo el mundo, sin importarme si los conocía o no.
Miré el reloj. Eran las nueve.
- ¿Cómo a pasado el tiempo tan rápido? - Me pregunté, repasando todo.
Me di cuenta que me faltaba algo... Pensé en que me faltaba. De pronto surgió. Me faltaba mi pulsera de la suerte, esa pulsera azul con detalles rosas y estrellas amarillas que me regalaron mis padres hacía ya 6 años, ella ahora tenía 16. Abrí la puerta de la habitación y avanzé corriendo el pasillo hacia la habitación de mi hermana pequeña, Deborah.
- ¿Tienes tu mi pulsera, Deborah? - Dije yo, abriendo la puerta de golpe.
- ¿Cuál? ¿La qué te regalaron papá y mamá? - Dijo la pequeña levantando la vista de un libro.
- Sí, esa misma. ¿La tienes? - Pregunté de nuevo, poniendo un tono de voz curioso.
- Sí, esta ahí - Dijo, señalando una pulsera en un pequeño estante lleno de libros.
Cruzé la habitación y cogí la pulsera. Me la puse. Ya no me la iba a quitar más para no perderla. Volví a mi habitación y empezé a ordenar mi cuarto, al menos lo dejaría ordenado.
Poco después, mi madre me llamó para cenar. Comí rápido, estaba emocionada. Al día siguiente, cogería el primer avión con destino a New York. Esa noche me acosté temprano, algo anormal en mí. Pero quería dormir bien.
Continuará...